Es muy importante tener claridad de la razón para la cual hemos nacido, descubrir el propósito real de nuestra existencia.
Desde la dimensión biológica, podríamos encontrar la respuesta más básica, en la necesidad de sobrevivir que se extiende a la necesidad de reproducirnos. Sabemos que a esta dimensión de nuestra naturaleza que nos une a todos los animales se le llama instinto.
Este instinto fundamental se desarrolla dentro del reino animal en formas particulares y específicas en cada especie y en relación a todo el ecosistema, contribuyendo al bienestar y equilibrio de toda la biosfera.
Sin embargo en los seres humanos, la mente y su experiencia emocional y racional, supone retos que nos llevan mas allá de una condición instintiva básica; nos llevan a la necesidad de comprender el sentido de la vida y por tanto a la búsqueda de herramientas que nos conduzcan a descubrir lo que realmente somos.
Al comienzo de nuestra aventura humana, nos toca enfrentar nuestras experiencias desde la ignorancia, todo un mundo de deseos y necesidades que terminan desarrollando complejos condicionamientos y estructuras personales y sociales que nos determinan y al mismo tiempo nos alejan de la simplicidad del orden natural y sobre todo de lo que realmente somos.
En la naturaleza, todas las especies tienen unos códigos que constituyen su particularidad, tanto individual como colectivamente, hay una inteligencia y un orden subyacente que determina las relaciones y los propósitos. Por ejemplo, las abejas saben sus funciones y reconocen su propósito, su organización social, su reproducción, la construcción de la colmena. Las funciones particulares de cada individuo están claras, para su especie y para la biosfera: polinizar las flores.
Al ser humano le toca experimentar y crecer desde una nueva perspectiva, una en la cual tiene que descubrir y comprender las leyes que rigen su desarrollo, tanto las leyes que rigen su dimensión biológica e instintiva, como las que rigen el desarrollo de su emocionalidad, su racionalidad y su integralidad. Estas leyes le están ocultas y le exigen despertar a un nuevo nivel de conciencia, lo que constituye un esfuerzo y el regalo más preciado de su humanidad: el esfuerzo de pasar de un estado de ignorancia a un estado de sabiduría o conciencia existencial por su propio merito.
El primer paso de este proceso es cuando reconoce su ignorancia, después de pasar por muchas experiencias y sufrimientos. Dentro de su ser empieza a sentir que tiene que haber un propósito que trascienda nuestra condición instintiva, personal y social, un propósito que le de un verdadero sentido a su paso por la tierra y que ilumine estas dimensiones de su experiencia y condición humana, un propósito que contribuya a toda la vida.
Esto se da gracias a que descubrimos nuestro pequeño e ilusorio estado de percepción, centrado en nuestra personalidad separada de la existencia general, con sus necesidades y placeres egoístas. Esto al final se manifiesta como una sensación de vacío y falta de sentido, una desconexión velada tras las angustias y placeres cotidianos, que cuando se descubre nos conduce a un deseo superior, un nuevo propósito.
Ese propósito sólo se puede establecer en el factor que nos hace realmente humanos: la revelación de la Conciencia de la Vida.
Ésta gradualmente se desarrolla cuando empezamos a comprender las leyes internas que desarrollan nuestra percepción.
Y entonces descubrimos que la forma en que estamos percibiendo la realidad es al mismo tiempo nuestro nivel de conciencia, y que si nuestro nivel de conciencia crece, podremos llegar a contemplar, no solo la superficie de los seres que nos rodean y de nosotros mismos, sino su profundidad y sentido.
Y en lo más esencial empezamos a sentir conexión real con toda la existencia, es decir se revela el valor único y sagrado de la vida.
Gracias a este proceso nos damos cuenta del único propósito para el que hemos nacido: la verdadera realización del ser humano, que podemos sintetizar como el poder amar la vida de forma incondicional.
El amor a la propia existencia se extiende a toda existencia, rompiendo la ilusión del egoísmo y floreciendo en la conexión real entre nosotros y el Cosmos.
Descubrimos que todas las expresiones contemporáneas de generar redes y comunidad, que se manifiestan como plataformas virtuales que aparentemente nos conectan, sólo son expresiones de un deseo real y profundo que está en nosotros de sentirnos unidos y poder trascender la soledad, el aislamiento y el egoísmo.
Cuanto tenemos claridad de la meta, podemos empezar a dar con firmeza los pasos que nos conducen a ella, empezando el proceso interior de desarrollar nuestra percepción, y corregir gracias a nuestro crecimiento interior todas las ideas y actos que no sean expresiones del amor incondicional. Esto se revelará de forma gradual, contribuyendo desde esa labor a la transformación general de nuestro mundo.